Estar enferma se podía representar de tantas maneras en mi vida, que ya mi cabeza era una perfecta ruleta rusa. No se está enferma únicamente cuando tenés dolor de cabeza, o te engripaste y tenés fiebre.
Estar enferma de la cabeza, es tan malo como estar obsesionada por algo, y son dos cosas con las que comparto no gratas estadías de mis días furtivos de sin razón y sin sentido. Y además, en mi manera de vivir, son dos cosas que van tan de la mano, que sin quererlo, una choca contra la otra de tal manera que me sumerjo en la oscura luz del zamba en el que viví ese ultimo tiempo de mi muerte. Porque dejé de vivir, desde el día que empecé hasta el día que logré terminar. Y terminar fue tan fácil como morir. Con la necesidad intacta de algún día culminar la estadía de horror en la que me lance de cabeza.
Al principio lo disfrute de tal manera, que hasta llegué a pensar que podía vivir (o morir) toda una vida (o una muerte) así, de esa banal manera en la que vive una estrella de rock.
Mis días pasaban lentamente, y en un comienzo esa lentitud me ponía eufórica, activista para bien, y bondadosa con la gente, quería ayudar en todo, era capaz de solucionarte la vida, tus problemas, me había convertido en escritora, artista, música y compositora de mi locura, psicóloga. Veía la vida del color que quisiera, y por supuesto que todo, pero absolutamente todo tenía solución en mis parámetros de exigencia.
Con el paso de los días empezó a tornarse todo de un negro más heavy, las emociones duraban un poco menos, y nada me alcanzaba, siempre quería más. Mis ganas de estar acompañada disminuían un 20 por ciento por segundo, no quería ser madre, ni padre, ni música ni escritora, ni compositora, ni psicóloga de nadie, lo quería todo para mí, y hasta me volví tacaña con la gente que supuestamente más quería. Mis ojeras empezaron a sobresalir de mi cara, podía estar una semana sin bañarme, y salir de mi pieza lo hacia solo para ir a ensayar una vez por semana, o para ir a la casa de X que me proporcionaba satisfacción a minutos de mi casa.
No tenía fuerza para nada que no sea el amor enfermo que me proporcionaba la droga universal.
Todavía recuerdo el día que sentía morir, y no había nadie a mí alrededor ¡Claro! Me había encargado demasiado bien en alejar a todo lo que se interfiriera en mi extraña relación con ella.
Y todavía sigo recordando después de tanto tiempo lo tersa que fue su piel, y lo bien que entraba en mi.
El Blog Se Mudo
Hace 12 años